El profesor Lejeune, catedrático de genética Fundamental en la
Universidad de la Sorbona, está considerada como el fundador de la
citogenética clínica: ha sido el primer científico en verificar que el
síndrome de Down, el mongolismo, es resultado de una alteración en el
cariotipo humano: presencia por triplicado de un elemento 21. Firme defensor de
la vida humana y de la dignidad de la profesión médica es fundador y actual
presidente de la sociedad Laissez les vivre.
Este estudio constituye una comunicación del autor a la Academia de
Ciencias Morales y Políticas de Francia, de la que es miembro. Su exposición
sobre el inicio y primer desarrollo de la vida humana es excelente; y conduce a
una conclusión sugestiva: la de que el hombre nunca está terminado.
La transmisión de la vida es muy paradójica. Sabemos con certeza que
el lazo que une padres e hijos es siempre material, puesta que es del encuentro
de dos células, el óvulo de la madre y el espermatozoide del padre, de donde
saldrá el nuevo ser.
Pero también sabemos con la misma certeza que ninguna molécula,
ningún átomo constitutivos de la célu- la original tiene la menor
oportunidad de ser transmitida tal cual a la generación siguiente.
Evidentemente lo que se transmite no es la materia, sino una modificación de
ésta o más exactamente una forma.
Sin necesidad de evocar el complejo mecanismo de las macromoléculas
portadoras del código de la herencia, esta paradoja aparente se borra si
señalamos lo que es común a todos los procedimientos de reproducción,
naturales o artificiales.
Una estatua, por ejemplo, requiere un sustrato material, de bronce,
mármol o arcilla. En el momento de su reproducción es verdad que existe una
contigüidad material entre la estatua y el molde, y luego entre el molde y la
reproducción. Pero lo que se ha reproducido no es ciertamente la materia, que
puede variar a voluntad del fundidor, sino exactamente la forma impresa en la
materia por el genio del escultor.
Ciertamente la reproducción de seres vivos es infinitamente más,
delicada que la de una forma inanimada, pero procede del mismo modo, como se
verá con un ejemplo familiar.
Sobre la cinta de un magnetofón es posible inscribir, por minúsculas
modificaciones locales magnéticas una serie de señales que correspondan, por
ejemplo, a la ejecución de una sinfonía.
Tal cinta, instalada en un aparato en marcha, reproducirá la
sinfonía, aunque ni el magnetofón, ni la cinta contengan instrumentos o
partituras.
Algo así ocurre con la vida. La banda de registro es increíblemente
tenue, pues esta representada por la molécula de D.N.A. cuya miniaturización
confunde al entendimiento. Para dar una idea, diremos que si se reuniese el
conjunto de moléculas de D.N.A. que especificaran todas y cada una de las
cualidades de los tres mil millones de hombres que nos reemplazarán en el
planeta, esa cantidad de materia cabria cómodamente en la mitad de un dedal de
coser.
La célula primordial es comparable al magnetofón cargado con su
corta magnética. Tan pronto el mecanismo se pone en marcha, la obra, humana es
vivida estrictamente conforme a su propio programa. y si nuestro organismo es
precisamente un volumen de materia animada por una naturaleza humana, esto se
debe a esta información primitiva y sólo a ella. El hecho de que el organismo
humano haya de desarrollarse durante sus nueve primeros meses en el seno de la
madre no modifica en nada esta constatación, como lo muestran claramente los
experimentos realizados con huevos de gallina.
De acuerdo con el más estricto análisis determinista el comienzo del
ser se remonta exactamente a la fecundación y toda la existencia, desde las
primeras divisiones a la extrema vejez, no es más que la ampliación del tema
primitivo.
Haut
La fraternidad humana
Que esta reducción del ser humano a su propia naturaleza sea
intuitivamente satisfactoria depende exclusivamente de la confianza que se
otorgue al conocimiento de los fenómenos. Ciertamente el teórico de la
biología molecular puede parecer demasiado abstracto cuando define el ser por
un verdadero logos que anima la materia, pero no me parece que esto sea
pretencioso por su parte.
Cuando un profano oye por primera vez una composición musical debe
escuchar toda la obra a fin de conocerla. Pero el melómano reconoce a Mozart
en el primer movimiento y puede citar la abra en el segunda o tercero. Así
ocurre con. la sinfonía humana, que el especialista reconoce en sus primeros
acordes aunque sean precisos muchos movimientos diversos para que su forma
completa sea evidente para todos.
Que existe una naturaleza humana es fácilmente ob- servable, aunque
no sepamos descifrar la inmensa suma de información contenida en las
moléculas de D.N.A.
Efectivamente esos filamentos ínfimos se encuentran cuidadosamente
acumulados en estructuras bien visibles con un microscopio ordinario, los
cromosomas. Un poco al modo de cintas magnéticas cuidadosamente enrolladas en
un minicassette.
Hace veinte años nadie habría sabido distinguir una célula humana
de la célula de un chimpancé. Hace diez años el simple recuento de los
cromosomas hubiera dado la respuesta: 46 en el hombre, 48 en el chimpancé.
Habiendo aumentado prodigiosamente en las últimos meses la finura del
análisis, es posible reconocer un aire de familia entre estas dos especies y
descubrir al mismo tiempo diferencias marcadas.
Este avance de los conocimientos permite pensar que algunos de los
cambios que separan las dos especies, no responden en absoluto a la divergencia
paso a paso postulada por la ingeniosa simplificación neo-darwinista. Parece
inclusa que algunos "hallazgos" evolutivas no resultan de una modificación
progresiva de las instrucciones -como las variantes de un manuscrito con el
correr de los años y en la medida de las errores sucesivos de las copistas-,
sino como una puesta en orden de instrucciones muy antiguas, a las que una
nueva sintaxis viniera a conferir una significación muy distinta. Como si del
jardín de las raíces griegas artificiosamente ordenadas un poeta inspirado
hiciera surgir un día los cantos de la Odisea.
El hecho de que el chino y el patagón, el lapón y el bosquimano,
todos los hombres tengan los mismos cromosomas idénticos, nos demuestra que
descienden todos de los mismos antepasados. Resulta que las razas humanas no
son mis que variaciones de un tenla común, asociaciones de limites inciertos,
y que la antigua idea de que los hombres son hermanos no es simplemente un
sentimiento poético o una esperanza de moralista sino una realidad observable.
Haut
La unidad original del individuo
Sin discutir demasiado sobre el origen de la especie humana en
general, lo que nos llevaria demasiado lejos de nuestro propósito, el estudió
de los cromosomas nos permite analizar el comienzo de cada ser humano. En
cuanto pronunciamos esas dos palabras "ser humano" se perfila una noción
conexa la de que el individuo es uno y único. Uno porque es enteramente él
mismo en todas sus partes y único porque no puede ser reemplazado par ningún
otro que le sea idéntico.
Aunque la ciencia no pueda decirnos por qué señales se reconoce la
emergencia del individuo, puede enseñarnos en qué estadio de desarrollo la
individualidad podría ser todavía discutida. Un hecho muy raro, sacado de la
patología puede permitirnos estudiarlo.
Muy excepcionalmente ocurre, que algunos sujetos son portadores al
mismo tiempo de células masculinas (reconocibles par sus cromosomas XY) y
células femeninas (reconocibles por sus dos cromosomas X); estos sujetos se
encuentran provistos por ella simultáneamente de los atributos masculinos de
Hermes y de los femeninos de Afrodita ; de ahí el nombre de
hermafroditismo.
Podría creerse que dos óvulos fecundadas, uno destinado a ser niño
y el otro destinado a ser niña se han unido estrechamente. Puesto que imitar
los falsos pasos de la naturaleza este mucho más a nuestro alcance que igualar
sus éxitos, la habilidad de las manipuladores ha permitida reproducir este
error en el animal, más concretamente en los ratones, para observarlo más de
cerca.
Reuniendo células tomadas de embriones extremadamente jóvenes,
procedentes de diversos cruzamientos, es posible obtener el desarrollo de
individuos compues- tos. La elección de procreadores de pelaje diferente
permite reconocer el origen múltiple de esas verdaderas quimeras gracias a los
dameros pigmentarios que llevan en su piel.
Tales quimeras artificiales no son de temer en el hombre mientras que
prevalezcan las tradicionales maneras de perpetuarse, pero nos enseñan que
esta infracción a la regla del individuo no puede darse más que en un estado
extremadamente precoz. Volviendo a los hermafroditas todo conduce a creer que
resultan de una fecundación simultánea de das células femeninas recíprocas
(el óvulo y su glóbulo polar que seria aquí desmesuradamente voluminoso) y
que finalmente esta excepción natural es case contemporánea de la
fecundación.
Al lado de esta preciosa enseñanza cronológica sobre la unidad del
individuo, estas quimeras nos ofrecen un ejemplo sorprendente de integración
armoniosa de dos razas celulares. ¿Seria totalmente quimérico esperar que
esta coexistencia fructífera y pacifica entre lineas que difieren por sus
tablas de la ley de la vida pueda servir de modelo a las naciones y a las
sociedades?
Junto a esta constitución que parece infringir la unidad del
individuo reuniendo dos naturalezas en una sola persona, se conoce también su
recíproca, que viola la regla según la cual cada uno de nosotros es único,
separando una misma naturaleza en varias personas. Gemelos idénticos, surgidos
de un único óvulo fecundado poseen exactamente el mismo patrimonio genética
y es evidente, sin embargo, que cada uno de ellos es un individuo aislado.
Aquí la experimentación apenas ayuda, al menos en los mamíferos, y no
tenemos más remedio que sacar de nuestros conocimientos embriológicos una
simple inferencia razonable.
Es prácticamente cierto que tras la implantación uterina, que se
produce unos 6 ó 7 días después de la fecundación, la separación de un
salo óvulo en dos individuos distintos es prácticamente imposible. En todo
caso, puesto que la división completa resulta imposible apenas se apunta el
sistema nervioso primitivo, su límite absoluta puede establecerse a los doce o
trece dias de la fecundación.
En la medida que podemos conjeturar, parece que el mecanismo de
separación de dos gemelos idénticos a partir de un óvulo común es
extremamente precoz y probablemente contemporáneo de la primera división en
dos células, es decir, en el momento de la puesta en común de los cromosomas
de origen paterna y de origen materno.
Estas observaciones sobre el individuo uno y único confirman
plenamente la noción, que el teórico de la biología molecular nos propone,
de que la individualidad del ser humano surge extremadamente pronto, es decir
en su primer comienzo.
Estas nociones puramente teóricas pueden en ocasiones ser comprobadas
en ciertas condiciones extremas como nos lo mostrará el caso particular
siguiente.
Un accidente absolutamente singular del que no se conocen más que
unos pocas ejemplos se da a veces en la constitución de los gemelos. A partir
de un óvulo fecundado XY, es decir masculino, puede suceder que al dividirse
en dos, uno de los gemelos, reciba un patrimonio equitativo y persista en su
destino de varón, mientras que el segundo no reciba el cromosoma Y, perdido en
la separación. Este gemelo imperfecto que posee un solo cromosoma X en lugar
de dos (pero que tiene por otra parte los otros cromosomas no sexuales) no
puede desarrollarse hasta ser una mujer completa. Dos X son efectivamente
indispensables para el completo desarrollo de la feminidad. Sin embargo estas
individuas portadores de un solo X tienen una constitución femenina, pera no
poseen ovarios y de ahí la esterilidad y la ausencia de desarrollo de las
caracteres sexuales secundarios. Una jovencita con esta anomalía se quejaba de
una molestia extraña: tenia la sensación de ver a su hermano cuando se miraba
en el espejo. En lu- gar de ser una anomalía mental, esta impresión era una
intuición extraordinaria, bien femenina por otra parte, que le permitía
sentir profundamente la realidad de una condición genética que ignoraba
totalmente. Con excepción del cromosoma Y era, en efecto, y muy precisamente,
un fragmenta de su hermana, del que había salido.
Verdaderamente esta posibilidad de sacar una mujer imperfecta de un
fragmento de un varón aún sumergido en el sueño embrionario, evoca una
historia muy antigua que los teóricos harían mal en rechazar como un cuento
inventado; la naturaleza presenta a veces analogías sorprendentes.
Haut
El increíble Pulgarcito
Pero, volviendo atrás, esta primera célula que se divide
activamente, este primer conjunto en incesante organización, esta pequeña
mórala que va a alabarse a la pared uterina, ¿es ya un ser humano distinto de
su madre? No solamente su individualidad genética está perfectamente
establecida, como hemos visto ya, sino que -cosa casi increíble- el minúsculo
embrión al sexto o séptimo día de su vida, con nada más que un milímetro y
medio de longitud es ya capaz de presidir su propio destino. Es él y sólo él
quien por un mensaje químico estimula el funcionamiento del cuerpo amarillo
del ovario y suspende el ciclo menstrual de la madre. Obliga así a su madre a
mantenerle su protección; ya hace de ella lo que quiere y Dios sabe que no
dejará, de hacerlo en el futuro.
A los quince dial de retraso de la regla, es decir a la edad real de
un mes puesto que la fecundación no puede tener lugar sino al decimoquinto
día del ciclo, el ser humano mide cuatro milímetros y medio. Su corazón
minúsculo late ya desde hace una semana. Sus brazos, sus piernas, su cabeza,
su cerebro están esbozados.
A los sesenta días, es decir, a los dos meses de edad, o un mes y
medio tras el retraso de la regla, mide alrededor de tres centímetros de la
cabeza a las posaderas. Cabría, plegada, en una, cáscara de nuez. Dentro de
una mano cerrada seria invisible y ese puño cerrado lo aplastaría por
inadvertencia sin darse cuenta de ello. Pero abrid la mano y vedlo casi
acabado: manos, pies, cabeza, órganos, cerebro. Toda está en su sitio y sólo
tiene que desarrollarse. Miradla más de cerca: se podría leer incluso en la
palma de su mano y echarle la buenaventura. Contempladlo más cerca aún, con
un microscopio ordinario, y distinguiréis sus huellas digitales. Está todo lo
necesario para hacer su carnet de identidad. El sexo parece aún mal definido,
pero fijémonos de cerca en la glándula genital: ha evolucionado ya cauro un
testículo si es un muchacho o como un ovario si es una niña.
El increíble Pulgarcito, el hombre más pequeño que el dedo pulgar,
existe realmente: no el de la leyenda, sino el que cada uno de nosotros hemos
sido.
Pero, ¿funciona ya el sistema nervioso a los dos meses? Desde luego:
si se le roza el labio superior con un cabello mueve los brazos, el cuerpo y la
cabeza en un movimiento de huida.
A los tres meses cuando un cabello toca su labio superior vuelve la
cabeza, bizquea, frunce las cejas, cierra los puños, aprieta los labras,
después sonríe, abre la boca y se consuela tomando un trago de líquido
amniótico. A veces nada vigorosamente a braza en su globo amniótica y da la
vuelta en un segundo.
A los cuatro meses se agita tan vivamente que su madre nota los
movimientos. Gracias a la casi falta de peso de su cápsula de astronauta da
numerosas volteretas, hazaña que le costará años volver a realizar al aire
libre.
A los cinco meses agarra firmemente el bastoncillo que se gane en su
mano y comienza a chuparse el dedo esperando su liberación.
Es verdad que la mayor parte de dos niños no nacen hasta los nueve
meses. Pero el más precoz de ellos, que se haya desarrollado luego
perfectamente, no tenia más que cinco meses de edad real en el momento de
abandonar el abrigo materno.
La ciencia nos descubre cada día un poco más las maravillas de la
existencia escondida, este mundo hormigueante de vida de los hombres
minúsculos, más maravillosa aún que el de los cuentos de hadas. Porque los
cuentos fueron inventados sobre esa historia verdadera, y si las aventuras de
Pulgarcito han encantado siempre a los niños es porque todos los niños, todos
los adultos en que se han convertido, fueron un dio Pulgarcito en el seno de su
madre. Así se hacia la educación sexual antiguamente.
Queda la cualidad más específicamente humana, la que nos separa de
todos los animales: la inteligencia. ¿ Cuándo aparece? ¿A los seis días, a
los seis meses, a los seis años o más tarde? Responder con una sola palabra
no tendría ningún sentido, pero delimitar las etapas del substratum de la
inteligencia es accesible a la observación.
El cerebro en formación está en su sitio a los dos meses. Pero
serán precisos nueve meses para que sus cerca de cien mil millones de células
estén todas constituidas. El cerebro, ¿está entonces acabado cuando el niño
nace? No. Las innumerables conexiones que enlazan las células con millares de
contactos entre cada una de ellas no estarán establecidas todas hasta los seis
o siete años. Lo que corresponde a la edad de la razón. Y este inextricable
conjunto de circuitos no podrá desarrollar su pleno poder más que cuando su
mecanismo químico y eléctrico esté suficientemente rodado o sea hacia los
quince o dieciséis años, edad de la plenitud de la inteligencia
abstracta.
Y esto es tan cierto que, a partir de esta edad, los psicómetras
comienzan a otorgar puntos a los candidatos para compensar el debilitamiento
que entraña el inevitable envejecimiento que, según ellos, comienza, a los
veinte años.
Pero, ¿qué decir de las inexpresables modificaciones que debe
efectuar cada día el ejercicio mismo del pensamiento? ¿Cuántas ínfimas
podas, rectificaciones minúsculas, químicas o anatómicas, de esta inmensa
red pensante se precisan para definir este carácter, esta experiencia, premia
de consolación, a veces beneficioso que nos proporciona el tiempo pasado?
¿Cuánto tiempo para hacer un hombre? Napoleón decía que eran
necesarios veinte años. Toda una vida, diría un filósofa..., y después la
eternidad, añade el creyente, coincidiendo así casi con el instante del
biólogo. Por el camino largo de la paciente observación, el médico
redescubre una verdad evidente que el lenguaje común ha reconocido siempre. El
hombre no está terminado jamás.
¿Terminado el Pulgarcito que llega a ser un bebé? ¿Terminado el
escolar que llega a ser adulto? Y el mismo adulto, ¿ estará concluido
mientras persista en él el devenir que le es propio?
Decir que un hombre está acabado, ¿ no es la más grave condena? Y
si recibe el golpe de gracia, ¿no se afirma que se le ha rematado?
Juzgar sobre lo realizado y sobre las pruebas practicadas no puede
dejar de conducir a la sanción: recompensa a represada, como la requiere la
justicia. Pero, ¿quién puede demandar a la inocencia misma? Porque si un feto
es juzgado sobre el futuro, es el hombre quien está ya ahí,
despertándose.
En el coma profundo o bajo anestesia general el accidentado no piensa.
Está inerte, insensible y sin entendimiento. ¿Por qué, en esta ausencia de
toda actividad mental continuamos considerando sagrada su vida? Porque
esperamos que despierte. Pretender que el sueno de la existencia oscura no es
el sueña de un hombre es un errar de método. Porque si todos los
razonamientos no lograran conmover, si se considerara insuficiente toda la
biología moderna, si se rechazaran incluso átomos y moléculas, si todo eso
no pudiera convencerles, un solo he cho lo conseguiría. Esperen un tiempo,
aquel que se considera una mórula informe nos dirá algún día que era y
llega a ser, coma nosotros, un hombre. Y la experiencia lo prueba. No
ocurriría nada igual si nosotros hubiéramos predicho tal acontecimiento a
propósito de un tumor o incluso de un chimpancé.
Haut
Una lenta maduración
¿Qué es, entonces, este pensamiento lógico del que estamos tan
orgullosos y que nos llega tan tarde? ¿Es sólo un movimiento de la materia?
¿Puede estar encarnado hasta el punto de reconocerse, aunque inexpresable en
la sustancia primaria de la primera célula? ¿Se encontraría entonces, según
la afortunada fórmula de los matemáticos, reducido a su más simple
expresión?
Las nociones más elementales de la matemática, esas ideas cuyo
descubrimiento Platón confiaba al sabio, esos universales siempre
incomprensibles y sin embarga evidentes, ¿estarían también codificados en el
mensaje de la vida? Todo el saber humano, ¿no sería más que reconocimiento?
Podría darse muy bien, al menos en cierto sentido. La experiencia nos enseña
que el gato recién nacido posee, inscrita en su cerebro, la ecuación de la
línea recta. Si el conjunto de puntos que se proyecta sobre su retina están
perfectamente alineados, algunas de sus células cerebrales se encuentran
excitadas, y solamente éstas, con exclusión de las demás. Ocurre como si en
la existencia oscura un circuito específico hubiera quedada ingeniosamente
ajustado, capaz de descubrir de inmediato y automáticamente la rectitud de una
línea.
Cuando Pascal renunciaba a definir las primeros objetos de la
Geometría parque las explicaciones que se pudieran dar al respecto no harían
más que oscurecer estas nociones evidentes, ¿presentía ya que por decisión
de la naturaleza las líneas rectas ideales estaban ya topológicámente
inscritas en esta admirable red? ¿Y qué hubiera pensado Euclides si hubiera
sabido que las tres dimensiones que cierran su espacio se encuentran
materializadas en los canales semicirculares del órgano del equilibrio?
¿ferian los postulados de evidencia descubrimiento de ciertos hallazgos de la
vida?
Y si el experimentador descubre que las más elementales nociones de
la Geometría están genéticamente impresas en el cerebro de un hábil
acróbata, aunque torpe matemático -me refiero al gato callejero, ¿qué no
podrá descubrir escudriñando con mayor profundidad su propio cerebro?
Si todo puede ser dicho en la más simple expresión, si el mensaje de
vida formula a todo el hombre, ¿por qué necesita esperar esta lenta
maduración? ¿Por qué tantas mutaciones y crecimientos diversos antes de que
el incomprensible poder del pensamiento lógico pueda al fin manifestarse?
Quizás, simplemente, a causa del espacio y el tiempo sin los que no existe
nada que nos sea accesible. Una completa naturaleza de hombre no es suficiente
a si misma, es necesario todavía que se le reconozca el derecho de expresarse,
que es, para ella, el de vivir.
Ante esta aparente simplicidad y esta desconcertante complejidad del
desarrollo del hombre, el médico no puede evitar su inquietud y su
admiración.
Inquietud porque sabe que los hombres no nacen iguales. Y aún sin
invocar los riesgos del infortunio o los rigores de la injusticia, sabe que el
camino de la vida es largo y siempre temible. Muy al contrario de las hadas
inclinadas sobre la cuna, que descubren la felicidad, el médica,
desafortunadamente, no puede sino predecir la mala fortuna; la buena se le
escapa por completo. Puede incluso escudriñar los caracteres del niño,
todavía en el vientre de su madre, y leer en sus cromosomas o en sus
reacciones químicas un destino desgraciado. Algunos estarán marcadas ya desde
su primera existencia y su misma constitución estará quebrantada, otros
serán lesionados más tarde en su propia génesis y quedarán señalados par
una terrible impronta. Incluso los más afortunados, los que se dicen normales,
serán tarde o temprano afligidos por inevitables deficiencias.
Ante este inmenso espectáculo de las condiciones humanas, le queda a
la medicina una sola actitud, que es-tablece a la vez su nobleza y razón de
ser: intentar sin reticencia y sin abandonos, restablecer sin tregua esta
imposible igualdad, devolviendo a cada uno, si es posi-ble, lo que ex destina
le ha sustraído o negado.
Y también admiración. Porque al descubrir el men-saje de vida que
plasma la materia en una naturaleza humana, ve en todo instante esta obstinada
persistencia del ser bajo sus diversos aspectos. Ser humano por na-turaleza
desde su comienzo. Jamás fumar, o ameba, pez o cuadrúpedo, el ser humano se
elabora en un silencio oscuro con infatigable esperanza.
Para disertar acerca de su derecho a realizarse y pa-ra decidir sobre
el respeto que sus semejantes le deben, habría que ir más allá de la
medicina, y entrar en el campo de la moral o incluso de la politice. Pero el
his-toriador de la infancia no puede hacer otra cosa que so-meter a esta
ilustre asamblea de estudiosos de las cien-cias morales y politices castas
ultimas preguntas:
¿ Es moral disponer de los seres humanos?
¿ Es político correr el riesgo de una cesión seme-jante?
|