"El pensamiento, decía Sócrates al joven Téeteto. es un discurso que
el alma sostiene consigo misma sobre los objetos que ella examina". Definición
que no ha sido superada, pero que deja en penumbras el hecho más curioso: que
dicho discurso pueda tener alguna relación con el mundo y nos lo haga
inteligible, cosa de Ja cual se sorprendía Einstein.
La cuestión se complica por el hecho de que el sentido común, que tan
generosamente compartía Descartes, no está tan bien distribuído como lo
esperaba el filósofo. Los mensuradores de la inteligencia no han tardado en
demostrarnos que ciertos individuos poseen la mente más despierta y el
razonamiento más seguro.
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La inteligencia y lo social
Mucho se discute en la actualidad para saber si la inteligencia es un
don natural o si es la sociedad quien la crea. Dos escuelas se enfrentan: una
sostiene que como la estructura cerebral queda fijada desde su construcción,
nada puede agregársele: la otra afirma que el aprendizaje y los medios de la
educación establecen toda la diferencia. Unos son ingenieros, que calculan a
priori los rendimientos de la máquina, que miden por el Q.l. (o cociente
intelectual): los otros son instructores que aseguran que el piloto es más
importante que la máquina.
Así planteada, la discusión puede durar indefinidamente, sabiendo
cada uno que tiene razón -lo cual es muy posible- pero pretendiendo que el
otro está errado -lo cual no podría admitirse. Lejos de contradecirse, las
dos tesis se completan, expresando tanto una como la otra una parte de
verdad.
La historia del pensamiento muestra que el conocimiento nos viene por
acumulación. Las hipótesis científicas se suceden unas a otras; cada una
tiene su utilidad, y cuando ha dado sus frutos más accesibles, otra la
suplanta, más general y más aguda. Verdadero cohete espacial que despide en
el transcurso del vuelo las secciones vaciadas de su combustible, el
conocimiento toma vuelo hacia un objetivo bien determinado: una visión más
amplia del mundo.
Este proceso indefinidamente repetido es cooperativo: la experiencia
de una generación sirve de plataforma a la otra. Si la sociedad entera no
asegurara este relevo la nave no se elevaría, y partiría cada vez de cero. El
hecho de que nuestros predecesores nos transmitan prejuicios, según lo temía
Einstein, no tiene importancia, pues esos prejuicios, limados por el uso,
confrontados día a día con la realidad, se hallan muy próximos de un juicio
en vías de elaboración. El tamiz es simplemente la razón, ese medio de
desechar lo fortuito para conservar sólo lo deductible.
La evolución del niño sigue el mismo proceso; desvalido,
dependiente, vulnerable desde el momento en que nace, debe ser guiado para
aprender a sentir, ejercitarse en el habla para expresar finalmente su razón y
tratar, mucho más tarde, de manejar el uso de la misma. "La educación es
todo", dicen los instructores, "los vicios de las sociedades fabrican las
diferencias". Basta comprobar los temibles estragos que pueden resultar de una
privación sensorial, de una carencia de educación o de una falta de afecto
para medir la importancia de la formación del niño. Los padres, los
educadores y la sociedad entera son tomadores de mentes aue enseñan a cada uno
el empleo de su herramienta intelectual. Este arte de conducir es el más noble
de todos y con toda justicia las naciones civilizadas hacen de él un derecho
del niño y un deber de la sociedad. Al permitir que cada uno exprese sus
disposiciones personales, la verdadera educación es revelación progresiva. Es
eso ni más ni menos lo que hacía Sócrates.
Partiendo do esto, algunos sostienen que los hombres nacen iguales, y
que es la sociedad la que deforma. La idea de que puedan existir diferencias
innatas es considerada intolerable: los menos dotados, si existieran, podrían
ser sojuzgados por los otros. Para exorcizar tal peligro, se sostiene que la
diversidad que so observa es una pura ilusión producida por los instrumentos
de medida. Las baterías de tests o cualquier otra prueba no son sino medios de
opresión. Esta reacción exagerada proviene de un sentimiento muy encomiable
en principio: se quiere evitar que los más poderosos aplasten a los más
débiles. Pero esto Significa olvidar sin embargo que el grado de civilización
se mide justamente por la protección que el cuerpo social ejerce sobre los
más desfavorecidos. Primero es necesario, reconocerlos para luego
protegerlos.
Por lo tanto, para esclarecer la discusión, es preciso establecer dos
cosas. En primer iugar, si la razón es patrimonio de todo hombre y si su uso
es innato. En segundo lugar, habrá que buscar lo que puede perturbar este uso
y ver si estas deficiencias también son innatas.
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La historia de las matematicas
El ejemplo de las matemáticas resulta aquí muy esclarecedor, puesto
que conocemos su historia y que esta actividad del espíritu sigue muy de cerca
las reglas de la razón.
Según los manuales, la geometría fue inventada en Egipto. Antes de
la construcción de la represa de Asuán, todos los años una inundación
cubría el valle del Nilo, y dejaba, luego que las aguas se retiraban, una
superficie lisa. ¡Nada más natural entonces, en ese plano casi perfecto, que
sembrar algunas pirámides!
Fue así, según nos dicen, como la geometría llegó a los hombres,
juntamente con la necesidad de señalar los campos cuyos límites se habían
borrado con la creciente.
Permítaseme ponerlo en duda. No porque el mérito de los antiguos
egipcios sea cuestionado, sino porque es posible que la aventura haya tenido
otro origen; las historias verdaderas no siempre son las que se nos
enseñan.
Los enamorados, como sabemos, pasan largas horas, demasiado cortas sin
embargo, mirándose a los ojos. Y esto es tan cierto que la abertura del iris,
esa ventana, redonda que abrimos sobre el universo, lleva el mismo nombre en
todas las lenguas humanas. Decimos: la pupila, del latín pupilla, pequeña
niña. Los griegos decían choree que significa jovencita. En español se dice
la niña del ojo, insen el ein en árabe, o mardomak en irakí. En Ceilán es
Ahé Baba, en Japón Hito me: siempre la niñita, e! pequeño ser que vive en
el ojo. Tal coincidencia no se debe en nada al azar sino a la observación. Al
contemplar muy de cerca al ser amado, el enamorado ve su propia imagen
reflejada sobre la faz anterior del cristalino, y esa pequeña muñeca es tanto
más luminosa cuanto que se destaca sobre el fondo negro de la pupila: el amor
hace ver en el ojo un niño. Por otra parte no es dudoso que esta interesante
propiedad óptica de las superficies esféricas haya sido descubierta por las
mujeres -de allí la expresión niñita y no niñito.
Pero descubramos la geometría.
Es preciso que aceptemos un nuevo postulado. Un día, un enamorado,
dotado de mente, matemática, entró en contemplación. Estas cosas suceden a
veces. Al observar en detalle los ojos de la amada, descubrió la única
superficie en el mundo que da la idea de un plano.
El ojo está constituido por la intersección de dos esferas; una de
radio pequeño, la córnea transparente, encastrada en otra de radio mucho más
grande, el globo ocular. La intersección de dos esferas es un círculo y sobre
este círculo se encuentran insertas las fibras radiales del dilatador del
iris, aproximadas y tensas hacia el centro por el músculo orbicular que cierra
el diafragma cuando la luz es demasiado intensa. Así encerrada, la pupila es
como un centro desde donde divergen mil radios. Un ingeniero hubiera inventado
la rueda, pero estamos hablando de un matemático.
El se dio cuenta de pronto que esa tensión de las fibras las obligaba
a recorrer el camino más corto entre todo punto de la superficie.
¡Actualmente, algunos teóricos definirían el plano por el cálculo
tensorial! Toda la teoría de Euclides en un abrir y cerrar de ojos, siempre y
cuando se haga con admiración, cosa que sería de gran consuelo para algunas
escolares en dificultades si se les enseñara la historia natural de la
matemática.
Algunos milenios más tarde, Descartes tuvo la "visión admirable" de
un plano, definido por dos rectas ortogonales, y de las cuales cada punto se
reconoce por la posición que ocupa, como sobre la casilla de un tablero de
ajedrez. Cada uno de nosotros puede recrearse ese espectáculo de donde surgió
la geometría analítica. En una habitación débilmente iluminada, una
presión de los dedos sobre los párpados cerrados produce sensaciones
luminosas. Al variar delicadamente la presión, so hace aparecer bruscamente un
cuadriculado muy fino de cuadros alternados, dorado brillante y púrpura
oscuro, que ocupa todo el campo visual. Las coordenadas cartesianas estaban
impresas desde siempre en el cableado de las células nerviosas que revisten la
retina. Sólo era preciso, para discernirlas completamente, que un filósofo
que dudaba se frotara los ojos ante su estufa, para ver si había visto
bien.
Al pasar de Euclides a Descartes hemos progresado del objetivo hacia
la placa sensible, siguiendo el trayecto luminoso. Podemos ir más allá,
internamos en la red nerviosa siguiendo las vías ópticas para alcanzar, hacia
el occipucio, en la zona calcarina, el centro oscuro que ve. Desde el quiasma
de los nervios ópticos, encontramos una biyección. Las fibras que provienen
de la mitad temporal de la retina se dirigen hacia el mismo lado del cerebro.
Aquéllas que vienen de la zona nasal van hacia el otro hemisferio. Un
meridiano perfecto define la separación. Al pasar por los relevos de los
cuerpos geniculados externos para llegar al terminal, la pantalla de control
que se proyecta sobre los labios de la cisura calcarina, encontramos conjuntos,
sub-conjuntos, anillos, ideales, enrejados, espacios fibrados, sistemas
isomorfos, en fin todo el arsenal de los algebristas modernos que se dan cuenta
progresivamente de la manera como estamos hechos. ¡El desarrollo de las
ciencias geométricas ha seguido el mismo camino que las impresiones
luminosas!
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El homúnculo cerebral
Describir la inmensa red que sustenta nuestro pensamiento está
completamente fuera de todo alcance. Sin embargo, ya sabemos que todas las
propiedades de nuestro cuerpo, y no sólo la visión, se encuentran registradas
en la corteza cerebral. Aristóteles lo descubrió. La bolita de pan que hacía
rodar sobre la mesa, Se pareció que de pronto se volvía doble cuando cruzó
el medio por encima del índice. Esta experiencia desconcertante (se sienten
dos bolitas aún cuando se sabe que es una sola) se explica por e! hecho de que
todo nuestro cuerpo está representado sobre los dos bordes de la cisura de
Rolando (más o menos en la región que recubre la vincha con la que tas chicas
sujetan sus cabellos).
Al proyectarse la mitad derecha del cuerpo en el hemisferio izquierdo
y recíprocamente, el medio-homúnculo se halla como acostado sobre la parietal
ascendente, con los pies colgando en el surco inter-hemisférico, y con la
cabeza hacia abajo. Por otra parte, esta última está separada del cuerpo,
como sostenido por la punta de los dedos, con la frenta vuelta hacia arriba y
la boca hacia abajo.
El homúnculo neurológico. especie de San Dionisio después de la
decapitación, no tiene la cabeza entre los dos hombros. Esta disposición
bastante desconcertante es en realidad la única solución al problema
topológico de proyectar con el menor gasto posible sobre una superficie plana,
una esfera que tiene por mango un cilindro (la cabeza puesta sobre el
cuello).
Cada punto de nuestro cuerpo se encuentra así representado en buen
orden. También lo están los dedos, uno por uno; el pulgar hacia abajo, el
quinto hacia arriba, y los otros en el intervalo. Cuando se hace rodar la
bolita entre los dedos cruzados, la misma toca alternativamente el borde del
índice que mira el pulgar y el del medio que mira el meñique. En la
representación cerebral, estas dos zonas están separadas por todo el ancho de
los dos dedos; cruzarlos, como hizo Aristótales, no cambia en modo alguno su
proyección en el cerebro que se niega con todo derecho a admitir que una
bolita pueda pasar a través de dos dedos.
Si hubiéramos examinado el órgano del equilibrio que se halla en el
oído interno habríamos comprobado que los tres canales semi-circulares
definen los tres pianos que cierran nuestro espacio. Más aún, los pequeños
cristales que flotan en el líquido que llena dichos canales, nos habrían
enseñado la inercia. Al desplazarse con cierto retraso con respecto a los
movimientos, los cristales impresionan cillas que nos informan de este hecho.
Fue así como Newton, al levantar la cabeza para ver de dónde caía la
manzana, sintió esta inercia que le revelaba a la vez la atracción y la
gravedad.
Muy cerca de allí (desde el punto de vista neurológico), Galileo
buscaba la ley de la caída de los cuerpos. Descubrió la acelaración al
marcar con tiza, sobre la corredera de una tabla inclinada, las posiciones
sucesivas que ocupaba una bolita con los acordes de una canción que él
tarareaba.
El mérito de Einstein consistió en ligar entre sí, como por otra
parte lo hace la anatomía, el nervio vestibular que nos enseña a la vez: el
espacio y el equilibrio, con el nervio coclear que nos aporta la música y, con
ella, el tiempo. De allí su nueva perspectiva de cuatro dimensiones, una de
tiempo por tres de espacio.
Queda por descubrir la razón.
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Los mecanismos racionales
Aquí, lo mejor sería recurrir al artefacto, a la materia elaborada,
que es la marca del hombre.
Cuando Pascal descubrió que por el juego de ruedas dentadas y de
barras, podía simular el cálculo aritmético, demostró al mismo tiempo que
es posible insertar lo lógico en lo inanimado. Las computadoras actuales son
mucho más refinadas, y utilizan un gran número de propiedades diferentes de
la materia y de la energía, desde la deflexión de rayos hasta la migración
de una bola magnética, sin olvidar los impulsos laser o los semiconductores de
los microcircuitos impresos.
Pero, como la de Pascal, todas tas máquinas, todos los artefactos
cumplen con tres exigencias primarias: una red preestablecida, lógica por
construcción; una transmisión a distancia, clara y sin difusión; finalmente
una respuesta franca de cada componente, con toda exactitud: sí o no.
Las puertas que utilizan los informaticos para simular los
encadenamientos lógicos, se parecen mucho a las de Musset (Autor de la pieza
tentral "Es preciso que una puerta esté abierta o cerrada"): es preciso que
una puerta esté abierta o cerrada, y ya tenemos la lógica binaria. Si la
puerta está entreabierta, si un diente de! engranaje no engrana, se arruina
toda la argumentación.
La conciencia clara, la idea única de la que habla Fourastié tiene
su equivalente en lógica aplicada. No debe confundirse un circuito con otro,
es absolutamente necesario respetar el único principio de lo lógico: la
prohibición de ser a la vez tal cosa y de no serlo.
Pretender que las máquinas son un modelo del pensamiento sería
pensar maquinalmente; pero darse cuenta de que las mismas satisfacen las
exigencias de la razón puede permitir captar ciertas analogías. Nuestro
cerebro aventaja, y en gran medida por el momento, las máquinas más
perfeccionadas. Once mil millones de neuronas, ligadas entre sí por
aproximadamente once millones de millones de conexiones, es una cifra
astronómica. Nos damos cuenta de esto al estimar la longitud del cableado que
subtiende este conjunto. Desenredando las pequeñas fibras que se ven en el
microscopio, y uniéndolas por sus extremos, se podría ir de aquí a Tokio.
Pero si tomamos en cuenta los haces de neurotúbulos que, para algunos,
constituirían el cableado elemental, se podría ir de aquí a la Luna.
En el centro mismo de este sistema, a nivel de las uniones que
permiten que el influjo nervioso pase de una célula a la siguiente, se
encuentra la paradoja de la teo.ría de la información, que se reúne a la
termodinámica. Para remontar el curso inexorable de la entropía, Maxwell
había imaginado que un ingenioso demonio, accionando una puertecilla, podría
extraer partículas. Dejando pasar a un lado las de un cierto tipo y cerrando
el paso a las otras, conseguiría superar los elementos de una mezcla
estadística, y así poner en orden el caos. Esto significa dominar la energía
tomando la materia en su más pequeño exponente u obtener información, como
Shannon lo demostró más tarde.
Nuestras sinapsis utilizan la misma estratagema. La membrana de la
célula receptora está perforada de pequeñísimos agujeritos que dejan pasar
una por una las partículas positivas. Estos minúsculos pasos aceptan el ion
sodio pero rechazan el potasio; ambos tienen la misma carga positiva pero no el
mismo tamaño. Nuestra red para detectar el orden, lo propio de la razón, es
un contador de partículas de una increíble velocidad.
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La encarnación de la inteligencia
Pero lo más maravilloso de todo, es que las instrucciones necesarias
y suficientes para elaborar esta red admirable pueden encontrarse reducidas a
su más simple expresión en la célula minúscula que es un huevo
fecundado.
Los diez mil millones de unidades de información que contiene el
A.D.N., unidos a la enorme masa informativa esparcida en toda la célula, no
sólo van a dictar los planos de la máquina cerebral sino a poner en acción,
toda una serie de máquinas destinadas a construir las máquinas necesarias
para su elaboración. Dejadlo vivir, y él pensará, ése es el destino de los
hombres.
Mi amigo Jean de Grouchy expuso recientemente ante vuestra Academia
cómo llevan los cromosomas esta información contenida en el A.D.N. Sus
"trabajos personales, los de mi amigo Bernard Dutrillaux y de algunos otros
investigadores han revelado cómo se puede descifrar actualmente la estructura
interna de los cromosomas, estudiar sus transformaciones comparando una especie
con otra y reconstituir paso a paso los progresos de la evolución. El lenguaje
genético, desde el A.D.N. a las proteínas y desde las enzimas a las
estructuras figuradas, es común a todos los seres vivos. La palabras empleadas
son siempre las mismas, con diferencia de algunas variantes. Capítulos enteros
persisten casi intactos durante cientos de milenios pero el plan de la obra es
propio de cada especie.
La lógica neurológica es también común y general; pero su puesta
en aplicación, estrictamente dictado por el programa genético, difiere de una
especie a otra. La pertenencia de un individuo se reconoce tanto por el
análisis de sus cromosomas como por la disección de sus hemisferios
cerebrales. Cada especie refina tal montaje particular, une diferentemente tal
circuito a tal otro. El gato que acecha al ratón y calcula su impulso con
exactitud, utiliza circuitos tan cartesianos como los nuestros, y
magistralmente razonados. La lógica es universal, pero el gato lo ignora.
La genética aborda aquí un extraño misterio.
Sabemos, más allá de toda posible duda, que nuestro patrimonio
hereditario confiere a nuestro cerebro una organización superior a la de los
animales. Pero, entre todas, esas construcciones, tan racionales unas como las
otras, no sabemos cómo una última disposición de la materia determina que,
finalmente, el espíritu no pueda estar ausente, como lo decía San
Agustín.
Aquí se revela la diferencia fundamental entre la impecable
simulación que se puede obtener de las máquinas, y la ductilidad a veces
demasiado grande que posee nuestra mente. Hablando con propiedad, las
computadoras son inteligencia desencarnada; es por eso que su poder puede a
veces causar pavor. A la inversa, todo hombre es una encarnación de la
inteligencia, lo que hace que cada uno de ellos sea tan valioso.
Cabe agregar que la transmisión cerebral recurre a procedimientos que
ningún modelo mecánico puede simular todavía.
Para activar la membrana receptora que va a absorber ciertos iones, es
necesario que la célula excitadora emita una sustancia química que se llama
mediador. Este mediador químico es como una llave de seguridad que se adapta
exclusivamente a un solo tipo de cerradura. La membrana está constituida de
tal modo que reconoce, por así decirlo, la posición y la carga eléctrica de
cada uno de los átomos que componen la llave. Esta señalización molecular
tiene numerosas consecuencias que descubrimos cada día.
En primer lugar resulta que las neuronas que pertenecen a un mismo
conjunto utilizan la misma llave. Sería muy posible que cada una de las
grandes funciones de la mente emplee su propio lenguaje.
Si leemos tan bien el pensamiento en la mirada, es porque las
reacciones del iris siguen muy de cerca el paso de un circuito al otro, operado
por aquél que nos está hablando. La simpatía agranda la pupila, el circuito
adrenérgico descubre. El cuestionamiento la contrae, el circuito colinérgico
analiza. Cada paso de uno al otro cambia la expresión de la mirada; los ojos
son realmente el espejo del alma.
Esta autonomía de lenguaje permite intrincar los circuitos de manera
mucho más eficaz de lo que podrían hacerlo las más complicadas redes.
Naturalmente, ciertas conexiones son bilingües o trilingües, para permitir
que los especialistas, doctrinario, memorialista, poeta, músico, realista,
hablen entre ellos. Si uno de los especialistas divaga o escapa al control,
todos los delirios son posibles. Las mentes mejor dotadas pasan fácilmente de
un registro a otro, consultándolos, confrontándolos y manejándolos al mismo
tiempo.
Sin embargo, esta plasticidad es vulnerable. Por une parte, falsas
llaves, venenos, pueden bloquear fas membranas y paralizar las sinapsis. Por
otra, la confección incesante de llaves, su provisión en el momento oportuno
y en cantidad apropiada, imponen una serie de engranajes bioquimicos de una
extrema complejidad.
Estas dos dificultades hacen temer que defectos innatos puedan hacer
menos segura la expresión de la inteligencia.
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La vía dolorosa
Toda la patología mental, ya sea innata o adquirida, es como una
enciclopedia de las desdichas de la inteligencia. Es siguiendo paso a paso esta
vía dolorosa como la medicina llega a comprender.
La comprobación más evidente podría ser que falta una parte de la
red (tal el caso de la arincencefalia de la trisomía 13 o de la agenesia del
cuerpo calloso de la trisomía 18). En la misma categoría se ubican las
afecciones secundarias, ya sea que la red esté parcialmente destruida por una
infección, una hemorragia o progresivamente laminada por la presión
hidráulica de una hidrocefalia.
Un segundo tipo de accidente es una anomalía de las envolturas
aislantes que impiden normalmente los cortocircuitos o las difusiones
parásitas. Numerosas enfermedades genéticas perturban el montaje y el
desmontaje de las sustancias necesarias.
Finalmente, una red bien construida puede verse impedida de alcanzar
su plena potencia si cada componente no responde con la prontitud
requerida.
El tiempo tiene mucho que ver. Cada uno se da cuenta por experiencia
que no puede razonar a rienda suelta; para seguir exactamente cada punto de una
demostración, no hay que ir demasiado rápido. Pero lo más decepcionante es
que tampoco podemos ir demasiado lentamente: cuando se va con demasiada
lentitud. un pensamiento diferente atraviesa el campo de la conciencia, y se
pierde, como se dice comúnmente, el hilo de las ideas.
La temperatura central también debe ser exactamente controlada: a
menos de 30 grados, la mente se adormece por completo; más allá de 38 ó 39,
la febrilidad se apodera de ella, y se produce un desfile de ideas
incomprensibles.
La intoxicación también interviene. Después de uno o dos vasos de
vino, el mejor aritmético debe renunciar a todo cálculo. En cuanto deja que
se disipen los vapores del alcohol, vuelve a estar tan alerta como antes.
En los casos de debilidad de la inteligencia, estas dificultades en la
marcha del razonamiento se traducen en la lentitud de la elocución y la
viscosidad de la ideación. Para utilizar al máximo su potencia insuficiente,
el paciente desconecta entonces los circuitos menos necesarios. Permanece con
la boca abierta, deja salir su lengua, al no poder controlar todo a la vez. El
artista mejor dotado hace lo mismo, boquiabierto de admiración ante algo bello
o sacando la lengua ante el rasgo más delicado.
La pertinencia del razonamiento, la profundidad de la reflexión
dependen finalmente del trayecto seguido durante el tiempo disponible. Este
incesante recorrido de nuestro mundo interior provoca una extraordinaria
cascada de modificaciones físicas, químicas y estructurales, constantemente
desencadenada, mantenida y dirigida. Mil transtornos, aparentemente muy
alejados del proceso intelectivo, pueden romper esta armonía.
Los rendimientos de un auto no dependen únicamente de la potencia del
motor. Basta con que se bajen ¡os vidrios, o que se inflen insuficientemente
los neumáticos o que se torne incómoda la posición del conductor, para que
el resultado se resienta. Si nuestra inteligencia es realmente, como todo nos
lleva a creerlo, el rendimiento superior de la materia animada, no es
sorprendente que el menor tropiezo disminuya su rendimiento.
Finalmente, la genética y la patología de las aptitudes mentales nos
aportan dos certezas. Primero, la inteligencia es realmente patrimonio de los
hombres. Es necesario y suficiente que el patrimonio genético sea el de
nuestra especie para que el ser por venir sea, por naturaleza, inteligente;
ésa es nuestra cualidad común. Pero el prototipo ideal no se realiza jamás
completamente. Por herencia o por accidente, cada uno de nosotros sufre de
alguna carencia o do algún exceso; ésa es nuestra imperfección personal.
Volviendo a las dos escuelas que se enfrentan actualmente, su disputa
no es nueva; tampoco su intolerancia. Discutir sólo sobre la inteligencia
falsea el juicio, pues es olvidar esa otra realidad que sienten los poetas y
que alcanzan de tanto en tanto los enamorados y los místicos. Si no somos
máquinas, ni tampoco animales, es con toda certeza a esa preocupación por el'
otro, a ese respeto por el que es diferente, en una palabra al amor por el
semejante, que lo debe nuestra especie.
Negar los defectos de cada uno para uniformizar a los seres humanos
sería taparse los ojos. Pero aceptar que los más favorecidos opriman a los
desheredados, sería verdaderamente inhumano. Queda por compensar
incansablemente nuestras imperfecciones de origen; la educación, la medicina y
toda la actividad de un cuerpo verdaderamente social sólo se ordenan a
eso.
Algunos zanjan la cuestión de otra manera; abogando por el futuro,
cuestionan el presente. Para mejorar las razas futuras, pretenden eliminar a
aquéllos que estorban o que no son productivos. La supresión o la represión
de los sujetos no adecuados o de los no conformistas mejora quizá ciertas
estadísticas pero destruye el alma de los hombres. La razón también puede
dejarse llevar por la pasión y es el corazón el que la hace razonar; no se
los puede separar, pues el pensamiento mismo no lo resistiría.
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